Desde vestidos blancos hasta anillos de oro, las bodas están tan arraigadas en nuestra cultura que rara vez nos detenemos a pensar en su origen. ¿Por qué nos casamos? ¿Cuándo comenzó esta costumbre? La historia, como suele hacerlo, guarda secretos fascinantes detrás de los rituales que hoy celebramos con tanto entusiasmo.

Los primeros registros de matrimonios formales se remontan a más de 4.000 años en Mesopotamia. Pero olvida las escenas románticas: el matrimonio era un contrato, un acuerdo social para organizar la herencia, la propiedad y la descendencia. El amor, si aparecía, era un afortunado accidente. Pero pronto, esto cambiaría..

Con el tiempo, las bodas se transformaron en un poderoso símbolo cultural. Las religiones, los reyes y más tarde la literatura, envolvieron el matrimonio en un aura de destino, entrega y trascendencia. De repente, casarse no era solo unir familias; era sellar una promesa sagrada, una esperanza humana de permanencia en un mundo incierto.

Pero más allá de su historia, hay un símbolo particular y característico de las uniones matrimoniales, que se ha mantenido casi intacto: las flores. ¿Por qué la novia lleva un ramo? ¿Por qué el novio lleva un pequeño adorno floral? Antiguamente, se creía que ciertas flores tenían el poder de protección y atraían la buena fortuna. Incluso hoy, ese pequeño detalle sigue cargado de sentido: un toque natural en medio de lo ceremonial, una forma delicada de decir «esto es vida en flor».

Y quizás ese sea su secreto: el matrimonio perdura porque apela a algo más profundo que la razón. En cada ceremonia hay una mezcla de tradición, ilusión y deseo de pertenencia que hasta el día de hoy, nos invade.

 

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