Hay fechas que no se cuentan con números, sino con latidos. Un aniversario no marca el tiempo, lo revive. Es la memoria de un sí compartido, de miradas que siguen diciéndose todo sin hablar.

Las flores no se regalan: florecen entre las manos como testimonio de lo que sigue vivo. Un ramo no es un objeto: es un lenguaje. Cada pétalo murmura lo que a veces se calla, y cada color revive la emoción del primer encuentro.

El chocolate, por su parte, no se come: se siente. Su dulzura es la metáfora más pura del amor que madura y nunca empalaga. Hay algo en su textura que recuerda que lo mejor de la vida se derrite lentamente, al calor de una caricia.

Y el champagne… No se bebe: se celebra. Es la burbuja del instante eterno, el estallido dorado que acompaña un recuerdo que permanece, el sabor de lo extraordinario en lo cotidiano.

No son regalos. Son rituales. Son guiños al corazón, promesas que se renuevan con esperanza, sueños y celebración.
Porque el amor merece ser celebrado como lo que es: un lujo, un arte, una fiesta.